El diálogo que falta
Es domingo 27 de febrero y estoy en un lago del sur, en el mismo lugar en que estaba hace un año para el terremoto. Ya es de madrugada....
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Alberto Etchegaray
Es domingo 27 de febrero y estoy en un lago del sur, en el mismo lugar en que estaba hace un año para el terremoto. Ya es de madrugada, así que hace rato que mi señora, los niños y la guagua duermen profundamente.
Yo estoy desvelado. Al principio, atribuyo el desvelo al inminente fin de las vacaciones, pero rápidamente me doy cuenta que es algo más: quiero estar despierto cuando sean las 3:34, rememorando los angustiosos minutos vividos en el terremoto. Esos en que corrimos a tomar a los niños para bajar a duras penas por una escalera infinita que nos hacía caer de tanto que bailaba. Creíamos que no llegábamos. Creíamos que la casa se venía abajo, sobre nuestras cabezas. Rápidamente nos enteraríamos que un enorme daño humano y material había sido sufrido por la gran mayoría de los chilenos. Seguro que usted mismo tendrá historias de angustia y daño que se contarán por generaciones.
Así que aquí estoy, solo, de madrugada, recordando el tremendo susto que pasamos. Y ahora que son las 3:34, agradezco. Agradezco a Dios que nadie en mi familia o de mis amigos sufriera alguna lesión. Y es lo que corresponde hacer cuando hay tantos compatriotas nuestros que intempestivamente fallecieron y tantos más familiares que llorarán su partida.
Y ahora pienso que nos pasó a los chilenos un año después de este tremendo remezón.
Rememoro ahora las notables iniciativas que tantos chilenos han desplegado como respuesta a la tragedia. Los miles de voluntarios de un Techo para Chile que partieron a construir viviendas de emergencia; la extraordinaria cruzada de Felipe Cubillos por reimpulsar la economía productiva de la zona más devastada por el tsunami; la recolección de financiamiento privado para reparar patrimonio histórico e iglesias; el aporte de universidades para la generación de nuevos planes urbanos; las miles de anónimas contribuciones que han aportado ad honorem su profesión y oficio; el compromiso de varias empresas apadrinando pueblos destruidos; o las fundaciones que han aportado a la construcción de viviendas. En fin, cada uno desde su campo de acción y de acuerdo a sus posibilidades.
Pero veo que hay un campo en el que no hemos aprendido mucho: en el tipo de mensaje que los líderes políticos han estado enviando ante un episodio de tales envergaduras. Porque a lo que hemos asistido este último año es a un permanente diálogo de sordos entre gobierno y oposición acerca de la reconstrucción. Los primeros pidiendo un esfuerzo de unidad nacional para la reconstrucción pero sin que hubieran realizado, ni antes ni ahora, una amplia convocatoria para incorporar a gente de la oposición en un esfuerzo que debe ser conjunto. Pero los segundos tampoco han estado bien y han carecido de iniciativas y disponibilidad que correspondería a las circunstancias. Así lo demuestra la injustificada decisión de los líderes de la Concertación de ausentarse de la ceremonia en Cobquecura en que se recordaba a las víctimas.
Problemas de políticos, dirá usted. Si pero son esos mensajes los que terminan delineando el estado de ánimo de la sociedad y las que ayudan a promover que se desarrollen las iniciativas privadas que comentábamos antes, así que es legítimo exigirles a esos líderes una genuina disposición al diálogo y la unidad que ayude a que en esta segunda etapa de reconstrucción avancemos aún más rápido.